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tante mal en el piso de las señoritas Pupayev.

El vivir en él está visto que no nos ha traído la suerte...

XI

Dejamos la casa de las señoritas Pupayev.

Como los pisos están tan caros, realquilamos dos habitaciones, siguiendo la costumbre hoy tan corriente entre los pobres. Es una costumbre muy práctica. El gerente del restorán paga cuarenta rublos de piso, y les saca cuarenta y cinco a las habitaciones que realquila.

De este modo nos las arreglamos bastante bien.

Una de las habitaciones la tomó Cherepajin en compañía de otro músico, un violinista empleado en un cinematógrafo. La otra habitación se la cedimos a una pareja—un joven con su amiga—que nos recomendó Vasikov. El que no fueran matrimonio no nos importaba, pues pagaban con puntualidad, y su conducta no dejaba nada que desear.

Para nosotros quedó poco sitio en el nuevo piso, y Kolia tuvo que seguir durmiendo en el pasillo, en un camastro. A Natacha le arreglamos una alcobita: era ya una mujer, y había que tenerla en consideración. En realidad, no era una alcoba: era, sencillamente, una esquina del comedor, separada de lo demás del cuarto por un biombo. De modo que la casa era una especie de arca de Noé: había camas por todas partes.