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Sus voces despertaron a Natacha, que le riñó desde la cama. El, al punto, dejó de hablar altɔ y me suplicó que le siguiese a su habitación.

—Oiga usted—me dijo, en tono confidencial, una vez nos hallamos en ella—. Quiero conocer su opinión de usted... Aunque soy un desgraciado, un hombre despreciado por todo el mundo, va usted a ver cómo Cherepajin es capaz de algo bueno... va usted a verlo. Pero, ante todo, dígame: ¿se le puede hacer el amor a una muchacha sin el consentimiento de sus padres?

—¿Por qué me lo pregunta usted?

—Contésteme: ¿se le puede hacer el amor?

Como es natural, yo le dije que no era correcto.

Lo mismo pienso yo—manifestó, con gravedad. No es correcto. Más aún: puede ser perjudicial para el porvenir de la muchacha. ¡Hay tanto sinvergüenza que les hace el amor a las muchachas confiadas, sin más idea que perderlas!

¿Y en un oficial es correcto?

— Por qué lo va a ser? ¿ Un oficial no es un hombre como los demás ?

—Yo creo que peor. ¡Sé lo que dan de sí esos señores! No me inspiran confianza alguna.

Cherepajin calló un instante, y añadió: —Si se mudan ustedes de casa, resérvenme una habitación. No quisiera separarme de ustedes.

Mi mujer y yo habíamos hablado de mudarno.3 de casa.

Y estamos decididos a hacerlo. Nos ha ido bas-