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—El director me ha hablado de no sé qué cartas... Le ha dicho a usted algo de eso?

—¡Ah, sí, no me acordaba ya!

Saqué las cartas—que me había guardado en el bolsillo, encendí la lamparilla y nos pusimos a leerlas.

¡Dios mío, cuánta estupidez y cuánta mentira había escrito Echov! En una carta refería que le había oído a Kolia decir horrores de las autoridades y pronunciar discursos revolucionarios. En la segunda desmentía de la manera más categórica cuanto había escrito en la primera, y aseguraba que las autoridades eran gente vil y vendida.

Se advertía que ya había perdido completamente la razón.

Seguí con Kolia hasta las cinco de la mañana.

Cuando me disponía a irme a la cama llegó Cherepajin, de vuelta de un baile donde había tocado el trombón, Venía borracho.

— Aun están ustedes despiertos?—nos preguntó. Se ha ahorcado alguien más?

A pesar de su borrachera, se lo conté todo.

—Voy a tocar una marcha en honor de Kolia—dijo, al concluír yo mi relato, cogiendo el trombón.

Me costó gran trabajo conseguir que renunciase a su propósito.

Empezó a charlar y a darse tono de valiente.

Nos contó que acababa de tener un disgusto con el director de orquesta y de meterle el resuello en el cuerpo.