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Pensé que debía haberle dicho a Kolia que se fuera derecho a casa; pero cuando me volví, la nieve me impedía ya verle.

X

¡Qué terrible día, Señor! ¡No lo olvidaré nunca!¿Por qué nos castigaba Dios con tanta crueldad? Yo no había faltado nunca a mis deberes.

Yo me había ganado siempre el pan con el sudor de mi frente...

Camino del restorán, me topé con un antiguo amigo, Iván Afanasievich, un maestro de escuela jubilado. Me dió noticias de su vida y experimenté cierto consuelo al pensar que existía gente aún más desgraciada que yo.

¡Pobre Iván Afanasievich! ¡Qué terrible vejez la suya!

Su hijo único se ha convertido en un personaje: es contable en no sé qué fábrica, y gana dos mil rublos al año. El viejo vive con él; pero él es tan duro de corazón, que le trata como a un mendigo.

—Con la pensión que cobra usted—le dice brutalmente, se moriría usted de hambre. Sólo tendría usted con ella para pagar el cuarto, y come usted, gracias a mí.

Le retiene toda la pensión y cuenta los pedazos de pan que se come. No le permite comprarse nada, y le obliga a vestirse con la ropa usada