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Se le cayeron algunos libros en la nieve y yo le ayudé a recogerlos. Quise recoger también algunas hojas de su cuaderno, que empezaba a esparcir el viento; pero no me dejó..

—No merece la pena, papá...

La voz le temblaba, se advertía que estaba a punto de llorar.

Nos pusimos en marcha. Nevaba. Anduvimos algunos minutos en silencio por una sendita abierta en la nieve.

—No hay que apurarse—dijo Kolia, por fin—.

No es una desgracia tan grande... Me prepararé bien y... sin el diploma del liceo, ingresaré en la universidad...

Yo callaba. No sabía qué contestar. Seguimos andando en silencio. Al ir a doblar la primera esquina, volvió Kolia la cabeza y se quedó mirando al liceo. Me pareció oírle sollozar.

¡No tiene nombre lo que han hecho!—dijo, con voz entrecortada—. ¡Qué puercos!

Lloraba. Luego añadió, en un arranque de desesperación: ¡Bah, es lo mismo!

Yo callaba, callaba, sin saber qué decir.

No atreviéndome a ir a casa, donde me vería en la precisión de contárselo todo a Niucha, me encaminé, torciendo por una callejuela, al restorán.

— Adónde va usted, papá ?

—Al restorán—pude contestar a duras penas.

Y nos separamos.