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Cuando vi la puerta cerrarse ante mí me impresioné tanto, que salté hacia atrás y rompí con el codo un cristal de un armario.

Poco después entró un señor alto, de uniforme, muy serio. Me miró de alto a bajo y me dijo: —De orden del señor director le hago a usted saber que Nicolás Skorojodov ha sido expulsado del liceo.

Me volvió la espalda y se fué.

A los pocos instantes entró el portero. Al fijarse en el cristal roto, me advirtió: —Si no paga usted ese cristal, tendré yo que pagarlo.

Le di cincuenta kopeks.

Me ayudó a ponerme la pelliza y me preguntó, compasivo: — Han expulsado a su hijo de usted? El reglamento es muy severo. Le aconsejo que vaya a otro liceo... Conozco uno que le recomiendo.

Ahí tiene usted la dirección.

Y me puso en la mano una cartulina, con la dirección impresa.

—¡Vaya usted! Es un buen liceo, y, además, más barato, Dascientos rublos anuales. Puede que hasta le hagan a usted una rebajita.

Salí a la calle tan turbado, que casi no veía.

De pronto oí la voz de Kolia: —¡Papá, espéreme!

Allí estaba ya, con sus libros bajo el brazo.

Echó a correr hacia mí.

El camarero
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