estaba horrorizado. El director se enfureció tanto, que se arrancó los lentes de la nariz y vociferó: ¡Largo de aquí! ¡Le expulsaré a usted del liceo!
A lo que Kolia contestó: —¡Expúlseme, pero no pediré perdón! ¡ Aunque me maten!
Y se fué.
Yo intenté hablarle al director, excusando a mi hijo; pero me detuvo con un gesto y un ademán que me espantaron. Le ahogaba la ira y agitaba las manos, como si se hubiera vuelto loco.
¡Excelencia, piedad! ¡Somos tan desgraciados!
El director no tenía ya fuerzas para gritar, y dijo con una voz tan débil que apenas se le oía: —No, no... Lléveselo... Lo vamos a expulsar...
Que se vaya.... Estoy de él hasta la coronilla...
¡No hay perdón posible.
Y salió. Yo quise seguirle, pero me dió con la puerta en las narices.
Me quedé solo.
Kolia, luego, decía que yo había llegado a arrodillarme ante el director; pero no es verdad. ¿ Qué ha de ser verdad? Yo le supliqué al director, le rogué que tuviera en cuenta nuestra situación, y él hizo un gesto negativo y se dirigió a toda prisa a la puerta. Quizá yo le tendiese, en demanda de piedad, las manos; no diré que no. Lo que sí puedo asegurar es que no me arrodillé.