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fesores. Yo le afearé severamente su conducta...

Hago cuanto está en mi mano por educarle bien; pero como me paso el día en el restorán, me falta tiempo para ello.

El director se calmó un poco y me dijo: Queremos que sea respetado el reglamento del liceo. Nuestras puertas están abiertas a todo el mundo. Hasta el hijo de nuestro portero es discípulo nuestro. Recibimos gustosos incluso a los jóvenes de origen más modesto; pero no podemos permitirle a nadie, ni al hijo de un ministro, que desprecie nuestro reglamento. No podemos consentir en nuestro liceo malos ejemplos: somos responsables de la moral de quinientos alumnos.

Le rogué que llamase a Kolia, para reprenderle yo allí mismo.

Apretó el botón del timbre eléctrico.

—Que baje Skorojodov, de séptimo año—ordenó.

Y empezó a pasearse por la habitación, con las manos atrás. Se había arrebatado tanto, que tuvo que beber un vaso de agua. Yo le contemplaba en silencio. Sólo se oía el tic—tac del reloj. Los minutos de espera me parecían interminables.

¡Es un impertinente, un insolente su hijo de usted! dijo de pronto el director—. Por lo visto, ustedes descuidan su educación. Frecuenta la iglesia?

Me faltó valor para decir la verdad, y contesté: —Todos los domingos va a misa. Crea su excelencia que ese punto os descuidamos.