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—¿Por qué te pones la levita? — preguntó Niucha.

Yo le dije que el maître d'hotel me había ordenado que fuese a casa de uno de nuestros clientes con un recado. La levita me sienta muy bien y me da un aspecto majestuoso.

Salí a la calle. Al pasar por la capilla del Salvador entré un momento y encendí una vela ante la imagen de Jesús.

No tardé en llegar al liceo. El portéro, un hombre de aspecto muy respetable, con medallas y condecoraciones en el pecho y una mirada severa, me recibió muy amable; yo llevaba una buena pelliza con cuello de castor, y parecía un caballero.

—¿A quién he de anunciar?—preguntó.

Le dije que el director me había escrito, llamándome. Me pidió la tarjeta, pero yo no tenía tarjetas. Entonces me tendió una hoja de papel para que inscribiese mi nombre y el objeto de mi visita. Luego me hizo pasar a una habitación inImediata al portal, y subió a anunciarme.

Me parecía que iba a presentarme ante un tribunal. A pesar de mi costumbre de ver gente importante, sentía una gran timidez. Además, la entrevista con el director era para mí más temible que un juicio, pues ni siquiera me quedaba el recurso de alzada.

En la habitación en que entré había una señora muy elegante; llevaba un traje de seda negro y un sombrero magnífico. La saludé y me