Página:El camarero (1920).pdf/102

Esta página no ha sido corregida
98
 

¡Qué noche, Dios mío! ¡Lo que yo padecí! Sobre todo, pensando en mi pobre Kolia. Nunca le había hecho una caricia. Sólo había tenido palabras duras para él. A esto había contribuído mucho su carácter reservado, que yo tomaba por aspereza de genio.

Cuando, por fin, nos acostamos, mi mujer empezó a rogarme que nos mudásemos de casa.

—No puedo, no quiero seguir aquí! En todas partes se me antoja que veo a Echov.

Yo no podía pegar los ojos. Me parecía que el ahorcado estaba a la puerta. Los ratones hacían ruido en el entarimado y aumentaban mi desasosiego.

—Cherepajin se ha conducido hoy de una manera extraña—me dijo mi mujer— Se ha pasado el día paseándose por la habitación a grandes zancadas y llevándose las manos a la cabeza. Al volver del baile donde ha tocado, le ha regalado a Natacha una sortija. Quiere hacernos creer que se la ha encontrado en la calle. Está nuevecita y tiene una piedra encarnada. Cherepajin le ha suplicado a Natacha que la acepte.

¿Y la ha aceptado ?

—¿Qué crees tú? ¿Debía aceptarla? La sortija vale lo menos cinco rublos.

—Por qué no? — respondí—. Cherepajin es nuestro amigo.

—Es verdad. Además, nos ha asegurado que si Natacha no aceptaba la alhaja, la tiraría por la ventana. "Yo, ha dicho, no tengo a nadie en