Página:El camarero (1920).pdf/100

Esta página no ha sido corregida
96
 

VIII

Le dije al maître d'hotel que al otro día no podría yo ir hasta las doce.

Cerca de las cuatro de la mañana volví a casa y vi que la luz estaba aún encendida. Mi mujer y mis hijos se habían recogido en una sola habitación, y no habían apagado la lámpara; la muerto de Echov los tenía llenos de miedo. Natacha estaba tendida en el sofá. Kolia dormía en una silla. ¡Como pobres huérfanos! Sólo velaba mi mujer; no se atrevía a ir a nuestro cuarto, inmediato al de Echov. Cuando entré, Kolia levantó la cabeza. En un día se había demacrado atrozmente; sus ojos se habían agrandado y brillaban de un modo extraño.

—¿Por qué no te has acostado?—le pregunté.

No contestó.

—¡Está insoportable!—dijo mi mujer—. A ver si tú puedes calmarle. No hace más que decir que nosotros tenemos la culpa de la muerte de Echov.

Por si una piensa poco en ese desgraciado, él se encarga de recordárselo a una a cada instante...

Gracias a que Cherepajin hace lo que puede por distraer a Natacha un poco... Hasta le ha traído bombones.

La puerta del cuarto de Echov estaba cerrada y atrancada con una silla. Yo me lo imaginaba tendido en el suelo, amenazando con sus puños helados.