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Pero alquien llamó a la puerta. Recordando que no la había cerrado con llave, se atemorizó an poco; mas no tardó en tranquilizarse al pensar que podía ser la camarera quien llamaba, y grits, incorporándose:

—¡Adelante!

Se abrió la puerta y penetró el segundo de a bordo. El terror estremeció a la joven.

El griego llevaba la cabeza baja y no la miró; pero Elena oyó con alarma su pesada y profunda respiración.

—Perdón, señora—dijo el marino con voz sorda. Me he dejado aquí el periódico. Pareció buscarlo sobre la mesita, encorvado y vuelto de espaldas a Elena. A ella se le ocurrió levantarse y salir del camarote; pero, como si hubiera adivinado su pensamiento, el griego se lanzó, con la violencia de una fiera, a la puerta, y le dió dos vueltas a la llave.

—¿ Qué hace usted?—gritó ella, pintado el horror en el semblante.

De una manera suave y al mismo tiempo enérgica, él la hizo sentarse de nuevo en la cama y se sentó a su lado. Con mano temblorosa empezó a desabrocharle la blusa. La pasión ponía en sus manos un calor de fiebre. Su respiración se tornó jadeante. Su rostro se tiñó de púrpura y las venas de su frente se hincharon.

—Querida—dijo con brutal y ciego arrebatoQuerida... quiero ayudarla a usted... quiero ser su doncella... No, no... no crea usted que me guian EL BRAZALETE NES—E1%