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V

De nuevo se aproximó a ella el segundo de a bordo. Se detuvo respetuosamente a cierta distancia, con las piernas separadas, para conservar el equilibrio y balanceando el cuerpo para no caerse.

—Por Dios, señora—dijo—, no se enfade usted, no interprete mal mis palabras. Lamento .nfinito que no haya comprendido usted mis intenciones, cuando le hablé antes. Acaso me expresara mal; pero le juro a usted, señora, que sólo me anima el deseo de serle a usted útil. No puedo verla sufrir así. Le suplico que no me desaire...

Hasta mañana estoy de guardia, y mi camarote queda completamente libre. Está a su disposición. Encontrará usted en él sábanas limpias y todo cuanto necesite... Le enviaré a la camarera...

Permítame, señora, ayudarla...

Ella no contestaba; pero la idea de poder tenderse en una cama confortable y de estar acostada tranquilamente, aunque sólo fuera media hora, la encantaba. No veía nada malo en la proposición.

—Le ruego que me dé la mano... La acompañaré a usted—dijo él con voz acariciante. Le enviaré a la camarera... Le daré a usted la llave del camarote, y podrá desnudarse, si quiere...

Poseía una voz agradable, de un timbre sincero y respetuoso, que disipaba toda duda y toda sos-