Página:El brazalete de rubíes - Kuprin (1920).pdf/93

Esta página no ha sido corregida
93
 

donde todos los sitios estaban ocupados. Hasta sobre los bancos del comedor yacían, vestidas, pobres gentes que gemían de dolor. El mareo las había nivelado y les hacía olvidar todas las conveniencias. A veces, la pierna de un mercader judío, calzada con una bota vieja, casi tocaba la cabeza de una hermosa mujer, elegantemente vestida.

La pesada atmósfera de los camarotes cerrados olía tan mal que Elena casi tuvo náuseas y se apresuró a subir al puente de nuevo.

El mar estaba más agitado aún. Cuando la proa, detenida un momento en lo alto de una enorme ola, descendía de pronto con rapidez vertiginosa, Elena oía bullir alrededor las ondas encrespadas.

Se encontró de nuevo muy mal. Círculos verdes danzaban ante sus ojos y lo veía todo como al través de espesa niebla. De nuevo su frente se cubrió de sudor frío y estaba a punto de desvanecerse. Se inclinó por encima de la balaustra la esperando un alivio; pero la visión de las olas embravecidas acrecentó su vértigo.

Sufría tanto que hubiera querido morirse en seguida, en el acto, no experimentar más aquella sensación de angustia que le subía a la garganta. Hubiera podido tirarse al agua por la borda; pero su voluntad estaba paralizada por completo y no se sentía capaz del menor movimiento.