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¿Por qué?

—A un lado está al cabo, al otro hay enormes rocas, y el agua no está tranquila nunca. El paso, además, es muy estrecho... Ocurren muchas desgracias en este sitio. Precisamente aquí, por donde pasamos ahora, zozobró hace poco el "Vladimir", después de chocar con el "Colombie". La profundidad es aquí de ochocientos metros.

Se oyó un silbido arriba, en el camarote del capitán. El viejo marinero echó a correr, no sin antes decir precipitadamente:

—Veo, señorita, que se encuentra usted mal.

Chupe usted un poco de limón; eso le sentará bien.

Elena se levantó con trabajo y comenzó a andar por el puente, apoyándose en la balaustrada y en los asideros de las puertas. Llegó así al puente de tercera clase, en el que por todas partes, en los pasadizos, sobre el toldo, sobre los cajones y los fardos, había acostados, casi amontonados unos sobre otros, numerosos viajeros, hombres, mujeres, niños. Cuando la luz eléctrica alumbraba un momento sus rostros. Elena los veía amarillos y advertía en ellos las huellas de los sufrimientos producidos por el mareo. Siguió andando.

En la proa, tras un tabique de madera, había unos caballitos muy gentiles, con la cola cortada; se les transportaba a un circo de Sebastopol. Los inteligentes animales sufrían también el mareo y miraban con ojos de espanto las olas amenazadoras.

Elena bajó luego a los camarotes de segunda,