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pezó a palpitar con furia y le pareció hundirse, hundirse... Apenas tuvo tiempo de ponerse en pic y de inclinarse por encima de la balaustrada...

IV

Se sintió aliviada unos instantes.

—Sería mejor, señora, que anduviese usted un poquito—le dijo, compasivo, el señor anciano en cuyo sombrero habían tropezado las violetas de Vasiutinsky.

Estaba sentado en un banco vecino y había visto todo lo que le había sucedido.

—Pasee usted un poco al aire, tratando de respirar con menos frecuencia, pero con más fuerza.

Eso es bueno.

Pero ella sacudió negativamente la cabeza, y, apoyando de nuevo la frente en la balaustrada, cerró los ojos.

Se durmió. Su sueño duró cerca de dos horas, y la sacó de él una ola que la mojó toda.

Ya era noche cerrada, una noche negra, nubosa, sin luna. El viento soplaba con violencia. El barco era fuertemente sacudido por todos lados.

Una lluvia menuda caía sin cesar. El puente estaba desierto. Sólo en los lugares protegidos contra la lluvia se veían viajeros acostados.

A la izquierda, en el espacio inmenso e impenetrable de la noche, donde ya parecía rematado el mundo, se encendió de repente la clara luz de