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EL MAREO



I

El mar, en la bahía, era de un color verde sucio; pero la lengua de tierra que se divisaba en el horizonte parecía de un violeta pálido. En el muelle olía a pescado y a brea.

Eran las seis de la tarde.

Había ya sonado por tercera vez la campana en el puente del barco. Aulló la sirena, al principio con voz acatarrada, algunos instantes después con una voz de bajo tan formidable que todo el barco parecía sacudido hasta el fondo. Y el terrible aullido no cesaba. Las mujeres que había sobre cubierta se tapaban, riendo, las orejas, y bajaban la cabeza; no se oía una palabra, por más que la gente se desgañitaba. Y cuando la sirena enmudeció por fin, todos experimentaron un gran alivio. Reinaba entre los viajeros la alegre agitación que suele preceder a la salida de un barco.

—¡Bueno, feliz viaje, compañera Elena!—dijo Vasiutinsky. Van a quitar en seguida la escalera. Tengo que bajar.

—¡Hasta la vista, querido!—dijo la señora Tra-