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Vera entró en el cuarto de su marido, con los ojos rojos de llanto, y después de enseñarle la carta le dijo:

—No quiero ocultarte nada: siento que algo terrible ha entrado en nuestra vida. Tú y Nicolás debéis de haber cometido algún error en vuestra entrevista con este desgraciado...

El príncipe leyó atentamente la carta, la dobló con cuidado, y, tras un largo silencio, dijo:

—No me cabe duda de que este hombre era sincero.

— Ha muerto?—preguntó Vera.

—Sí, ha muerto. Estoy seguro de que te amaba con un verdadero amor. No era un loco. Cuando estuve en su casa pude estudiar su rostro, sus gestos, sus movimientos, y adquirí la convicción de que estaba en ti toda su vida. Me parecía asistir a un terrible drama, no soportable por un hombre. Casi me parecía verle ya muerto. Yo no sabía qué decirle ni qué hacer...

—Oye, querido—le interrumpió Vera—, si me lo permites, iré a la ciudad a verle.

—Te lo ruego, Vera.

XII

Vera Nicolaievna dejó su coche en una calle próxima a aquella en que vivía Yeltkov.

Como sabía la dirección, encontró con facilidad su alojamiento.