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EL BRAZALETE DE RUBIES



I

Al mediar agosto, poco antes del nacimiento de la luna, el tiempo se había tornado de pronto abominable, como sucede con frecuencia en la costa norte del mar negro. Ya una niebla pesada y espesa se extendía durante días enteros sobre la tierra y sobre el mar, y la enorme sirena del faro mugía furiosamente día y noche, como un buey iracundo. Ya caía sin tregua una lluvia fina, como polvo de agua, que convertía en barro la arcilla de los caminos y las sendas e imposibilitaba el tránsito de carros y coches. Ya un terrible huracán soplaba del Noroeste, del lado de la estepa, y sacudía los árboles, que se encorvaban y se erguían, en un a modo de oleaje, y casi arrancaba los tejados de cinc de las casas de campo, sobre los que parecía que andaba algún ser invisible calzado con pesadas botas. Las ventanas temblaban, crujían las puertas, se oía en las chimeneas el silbo rabioso del viento. Durante uno de los últimos huracanes, algunas lanchas de pesca se habían perdido, y una semana después habían sido