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Me hace enrojecer de vergüenza el estúpido envío del brazalete. Ha sido una grave inconveniencia. Me imagino lo que se habrán reído ustedes cuando haya llegado el regalo.

Dentro de diez minutos parto; sólo me queda el tiempo de ponerle un sobre a esta carta y echarla al buzón, pues no quiero confiársela a nadie. Quémela usted. Tengo la chimenea encendida, y estoy viendo quemarse en ella cuanto me es caro: su pañuelo de usted, que—lo confieso—le robé un día que se lo dejó usted olvidado en una silla al irse del Club; la cartita en que me prohibía usted escribirle, y que yo cubrí de besos locos; el programa que dejó usted caer al salir de la exposión de Bellas Artes... Todo se acabó. Todo lo he echado al fuego.

Estoy casi seguro de que alguna vez se acordará usted de mí. Si, en efecto, se acuerda, aunque sea un instante, tenga la bondad de tocar la sonata de Beethoven Son. N. 2, op. 2. Sé que es usted muy filarmónica y que no falta a ningún concierto donde se interpreta a Beethoven.

No sé cómo acabar esta carta. De todo corazón le doy a usted las gracias por haber sido mi única alegría, mi único consuelo, mi única fuente de felicidad. Que Dios se la dé a usted muy grande sobre la tierra, y que nada mezquino ni efímero turbe su hermosa alma.

Le besa a usted las manos, G. S. Y."