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XI

La princesa Vera Nicolaievna nunca leía periódicos, porque le ensuciaban las manos y porque su lenguaje le parecía demasiado obscuro y casi no lo entendía.

Pero quiso el destino que abriera uno precisamente por la plana donde se leía el siguiente suelto:

"Muerte misteriosa. Ayer tarde, a las siete aproximadamente, puso fin a sus días el telegrafista G. S. Yeltkov. Su trágica resolución, según explica en una carta, obedeció a una malversación de fondos del Estado." Vera se quedó aterrada.

"Yo presentía—pensó—este fin trágico... ¿Era amor, o locura?"

Se pasó todo el día paseando por el jardín; su turbación creciente no le permitía estarse quieta. Pensaba sin cesar en aquel hombre desconocido, a quien nunca había visto ni vería ya nunca.

"Acaso hayas encontrado en tu camino un verdadero amor, dispuesto a todos los sacrificios", recordó que le había dicho el general Anasov.

A las seis de la tarde, el cartero dejó una carta para ella. Vera reconoció en seguida la letra de Yeltkov. Con una ternura que la sorprendió rompió el sobre. He aquí lo que le escribía Yeltkov: