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tal, le permites que hable de su amor... ¡Yo hubiera terminado en dos palabras la cuestión!

—Espera—dijo el príncipe—. En seguida va a aclararse todo. Yo sólo te puedo decir que al verle ante mí, al mirar su rostro, no dudo un momento que este hombre es incapaz de mentir, que este hombre es sincero. Y, en efecto, Kolia, hazte cargo: ¿tiene él la culpa de amar así? ¿Se puede dominar un sentimiento de ese género?

Calló un instante y añadió:

—Le compadezco con toda mi alma. Advierto que me hallo ante una profunda tragedia espiritual que me inspira respeto.

— ¡Decadencia pura!—dijo Nicolás.

Al cabo de diez minutos volvió Yeltkov. Sus ojos brillaban y parecían aún más profundos; se diría que los mundaban lágrimas invisibles. Se veía que el joven había olvidado por completo las conveniencias y no ponía ya cuidado en su modo de conducirse ante la gente. El príncipe comprendió su estado de alma.

—Bueno, estoy dispuesto—dijo Yeltkov—. Desde mañana no oirá usted hablar más de mí. Podrá usted considerarme como muerto. Supongamos que he cometido un delito; por ejemplo: un desfalco, que me obliga a huír de la ciudad. Pero pongo una condición... Le hablo a usted, príncipe; pongo una sola condición: me permitirá usted es cribirle por última vez a la princesa Vera Nicolaievna.

El brazalete
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