Página:El brazalete de rubíes - Kuprin (1920).pdf/63

Esta página no ha sido corregida
63
 

Este es el momento más penoso de toda mi vida. Es necesario, príncipe, que yo le hable a usted francamente y por encima de todas las conveniencias sociales. ¿Quiere usted escucharme?

—Le escucho a usted—contestó el príncipe.

Y advirtiendo que su cuñado manifestaba de nuevo la intención de hablar, le dijo con tono de impaciencia:

—¡Pero cállate, Kolia, deja hablar!

Durante algunos instantes, Yeltkov respiró trabajosamente, como si se ahogase, y luego, como si se lanzase de una montaña al fondo de un abismo, comenzó a hablar de una manera apresurada, sin mover apenas los labios, cuya mortal palidez no había desaparecido.

—Es difícil, príncipe, dirigirle a un hombre unas palabras tan fuera de lo usual como... "Amo a su mujer de usted". Pero siete años de un amor desesperado... y muy correcto, me dan, me atrevo a decirlo, cierto derecho. Confieso que al principio, cuando Vera Nicolaievna era todavía soltera, tuve la audacia de escribirle algunas cartas estúpidas, y hasta de esperar contestación. Confieso también que mi último acto, el envío del brazalete, ha sido más estúpido aún. Pero... le miro a usted a los ojos, y veo que me comprende usted... Siento que nunca tendré fuerzas para dejar de amarla... Dígame usted, príncipe, dígame francamente qué haría usted para poner fin a... mi sentimiento. Usteri podría, por ejemplo, conseguir que me expulsaran