Página:El brazalete de rubíes - Kuprin (1920).pdf/61

Esta página no ha sido corregida
61
 

Ante todo—dijo—, permítame usted que le devuelva su regalo.

Sacó de su bolsillo el estuche con el brazalete, y lo puso cuidadosamente sobre la mesa.

—Este brazalete hace, sin duda, honor a su gusto de usted; pero le rogamos encarecidamente que tales... sorpresas no se renueven.

—Les ruego a ustedes que me perdonen... Harto se me alcanza la incorrección de mi conducta —balbució Yeltkov, con los ojos bajos y poniéndose colorado. ¿Puedo permitirme, señores, ofrecer a ustedes una taza de te?

—Celebro mucho, señor Yeltkov—continuó Nicolás, fingiendo no haber oído las últimas palabras ver que es usted un hombre bien educado, un "gentleman" capaz de comprender una insinuación. Estoy seguro de que nos pondremos inmediatamente de acuerdo. Usted persigue a la princesa Vera Nicolaievna hace siete u ocho años, ¿no es eso?

—Sí—respondió Yeltkov suavemente, bajando los ojos ante aquel nombre sagrado para él.

—Y hasta ahora no hemos tomado ninguna medida contra usted; aunque no se le ocultará que no sólo nos asiste el derecho, sino que tenemos el deber de tomarla, ¿ verdad?

—Sí.

—Pero su último acto de usted, el envío de este brazalete, ha traspasado los límites de nuestra paciencia. Comprende usted? Nuestra paciencia se ha agotado. No le ocultaré a usted que nuestro