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—Soy de tu opinión—dijo Vera—. Y hay que devolverlo lo más pronto posible. Pero ¿cómo lo haremos no sabiendo la dirección?

—¡Eso es lo de menos—dijo Nicolás—. Nosotros conoceinos sus iniciales...

—Sí: G. S. Y.

—Muy bien. Sabemos además que es telegrafista. No necesitamos más señas. Mañana, en la Guía Oficial, buscaré un telegrafista con esas iniciales. O si no, llamaré a un agente de policía y le mandaré que me lo encuentre. Para facilitar las indagaciones utilizaré este papelito escrito por él. En fin, mañana al mediodía sabré con exactitud el nombre y la dirección de ese caballero, hasta las horas en que se le puede hallar en su casa Y una vez enterados de todo eso, no sólo podremos devolverle el tesoro, sino tomar algunas medidas eficaces para que no nos moleste más.

—¿Qué pretendes hacer?—preguntó el príncipe.

—Visitar al gobernador y rogarle...

—No, eso no. Ya sabes lo tirante de nuestras relaciones con el gobernador, que se alegraría mucho y nos cubriría de ridículo.

—Bueno, entonces visitaré al coronel de la gendarmería, de quien soy muy amigo, y le rogaré que llame a ese telegrafista y le amenace con el dedo. Ya sabes que lo hace de un modo muy artístico. Metiéndole el dedo por los ojos al inculpado y agitándolo furiosamente, grita: "¡No estoy dispuesto a consentir esas marranadas!"