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he llorado, leyéndola, como un niño. ¿No es verdad, querida, que toda mujer sueña en el fondo de su corazón con un amor ideal, sublime, dispuesto a todos los sacrificios, tierno y suave?

—¡Oh, sí, abuelo!

Y cuando no lo encuentra se venga. Quizá dentro de treinta años... Yo no lo veré ya, pers tú lo verás aún... Dentro de treinta años, estoy seguro, las mujeres representarán un papel enor me er. el mundo. Gozarán de un poder formidable.

Se vestirán como ídolos indios. Nos tratarán con desprecio, como a seres inferiores, como a esclavos. Sus caprichos y sus deseos insensatos serán para nosotros leyes que nos veremos forzados a acatar. Y obedecerá todo a que no sabemos apreciar y respetar el amor. Será la veganza de las mujeres.

El viejo calló un instante, y preguntó de pronto:

—Dime, Verita, si no te molesta, ¿qué histo ria es ésa del telegrafista de que hablaba antes tu marido? Naturalmente, habrá exagerado mucho las cosas, según su costumbre; pero supongo que algunas serán verdaderas.

— Le interesa a usted?

—Sí. Pero si te es desagradable...

—¡Qué ha de serme! Se lo contaré a usted toda con mucho gusto.

Y Vera le contó al general, con todo lujo de detalles, la historia de un loco que desde dos años antes de su matrimonio la perseguía con su amor.

Ella no le había visto nunca, y ni siquiera le