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a tal amor; pero uno de ellos es más bien un caso de estupidez, y el otro es un caso de morbosidad, de anormalidad. Puedo contártelos, si quieres, en pocas palabras.

—Se lo ruego a usted, abuelito.

—Bueno. En un regimiento de nuestra división tenían, naturalmente, un coronel, el cual a su vez tenía una mujer. Esta mujer era muy fea: flaca, huesosa, larga, roja, con una boca enorme. Abusaba terriblemente de los cosméticos y se empolvaba de un modo atroz. Sin embargo, era una ver dadera Mesalina: un temperamento fogoso, un volcán de pasión. Autoritaria, altiva, trataba a todo el mundo con un desprecio sin límites. Era una aventurera..., y una morfinómana.

—El retrato es encantador—dijo Vera sonriendo.

—Pues bien: un día fué destinado al regimiento un teniente muy joven, un pipiolo, recién salido de la academia. Al cabo de un mes, la vieja Mesalina se había adueñado completamente de él.

El pobre muchacho era su paje, su esclavo, su caballero en las fiestas mudanas. Le llevaba el abanico, el pañuelo; le avisaba y le despedía el . coche. ¡Es terrible que un joven puro deposite su primer amor a los pies de una vieja perversa y dominante! Es hombre perdido. El estigma le dura toda la vida.

El viejo general hizo una corta pausa.

—Bueno, a los pocos meses estaba ya cansada de él, y reanudó sus relaciones con uno de sus anti-