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y la necesidad de un nido propio la aguijonean.

En cuanto al hombre, le guían otras razones: la vida de soltero suele acabar por fatigarle, con el desórden de la habitación, las comidas en los "restaurants", la poca limpieza, las colillas esparcidas por todas partes, la ropa blanca rota, las deudas, la conducta desconsiderada de los amigos, etcétera, etc. La vida de familia es mejor, más sana, más económica; además es grato tener hijos para vivir en ellos después de muerto..., una ilusión de inmortalidad... También a veces cree haber encontrado una criatura inocente, santa..., como me pasó a mí. En fin, no pocas veces se deja seducir por la idea de recibir con la mujer una buena dote. ¿Dónde está el amor en todo esto? ¿Dónde está el amor desinteresado, que no busca nada, que no espera recompensa alguna; ese amor del que se dice que es más fuerte que la muerte, ese amor, comprendes?, al que se sacrifica la vida y la libertad, y en aras del cual se está dispuesto a sufrir todos los padecimientos y todos los martirios? Me hablarás de tu Vasia. Yo le quiero mucho. Es un buen muchacho. Quizá con el tiempo tenga ocasión de demostrarte que su amor es verdaderamente grande, dispuesto a todo; pero por ahora... No, el amor de que yo hablo, el verdader amor, debe ser una tragedia, estar exento de toda preocupación mezquina, práctica.

—¿Ha conocido usted un amor semejante?

—No!—respondió el viejo con tono firme. Es verdad que conozco dos casos que se acercan algo