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dora, falsa, sucia, ávida. En sus ojos se pintaba siempre la mentira... Ahora sólo es para mí un recuerdo; pero entonces... ¡Cuán agradecido le estoy al infeliz actor que se la llevó de mi casa!... Por fortuna, no teníamos hijos.

—¿La ha perdonado usted, abuelito?

—Perdonado... No es ésa la palabra. Los primeros días que siguieron a su fuga yo estaba furioso. Los hubiera matado a los dos, de haberlos encontrado. Después, poco a poco, me calmé, y sucedió a mi furia un desprecio profundo. Y me alegro mucho de no heber vertido sangre inútil. Además, aquello fué para mí una liberación; sin aquel acontecimiento tragicómico, yo hubiera seguido eternamente unido a aquella criatura desleal, sirviéndole de bestia de carga, siendo la cortina ocultadora de sus vicios... ¡No, Verita, más vale así!

—Y no obstante, estoy segura, abuelo, de que usted no ha olvidado aún la ofensa, y..., a eso se debe que sea usted pesimista. Generaliza usted su experiencia personal, y hace mal. Por ejemplo, yo y Vasia, ¿no somos una pareja feliz?

Anosov tardó un poco en contestar, y dijo al cabo con voz fatigada:

—Vuestro caso es una excepción. La mayoría de la gente, ¿para qué se casa? Empecemos por la mujer: le da vergüenza quedarse para vestir imágenes, sobre todo cuando ve casadas a toda sus amigas; no quiere ser una carga para su familia; desea convertirse en ama de casa, en señora independiente; el instinto de la maternidad