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El anciano bajó un poco la cabeza para respirar el perfume de las flores, y su rostro se iluminó con una sonrisa venerable.

—Recuerdo que una vez..., hace mucho tiempo..en Bucarest, donde habíamos entrado, y entre cuyos habitantes nos habíamos instalado, me paseaba por la calle y sentí un fuerte olor a rosas Me detuve y vi que unos soldados llevaban un magnífico frasco de cristal lleno de esencia de rosas, de la que habían impregnado sus botas y sus fusiles. "¿Qué es eso?", les pregunté. "Una esencia—me contestaron—; hemos echado una poca en la sopa y le ha dado un sabor muy malo." Les compré el frasco por un rublo. Aunque sólo quedaba la mitad de la esencia, valía cien lo menos. Los soldados me dijeron que habían encontrado también "una cosa que se parecía a los guisantes turcos, pero negra y no comestible". Eran granos de café...

—Diga usted, abuelito—preguntó Ana—: ¿ha tenido usted alguna vez miedo en el combate?

—¡Claro que sí, hija mía! Si alguien te dice que no ha tenido nunca miedo y que el silbido de las balas es para él una dulce música, no le hagas caso. Es un embustero o un loco. Todos tiener miedo, con la única diferencia de que unos pierden toda su sangre fría y otros se dominan. El miedo es siempre el mismo, sólo que algunos aprenden poco a poco a tener a raya sus nervios Esos son los que llamamos héroes, valientes... De mí sé decir que una vez tuve un miedo terrible.