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todo correr, y se esconde detrás de unos árbolesabandonando a la heroína a su triste destino.

Después el príncipe le mostró al público otra novela en caricaturas: "La princesa Vera y el te legrafista enamorado".

—Este poema conmovedor—dijo—sólo se compone de dibujos; el texto no se ha escrito aún.

¡Caramba! ¡Esto es nuevo!—dijo el general Anosov. Yo no lo había visto aún.

—Es la última novedad del mercado literario, señores. ¡La última publicación!

Vera le apoyó suavemente la mano en el hombro.

—Deja eso—le dijo en voz baja.

Pero el príncipe no hizo caso de sus palabra, o no las oyó.

—El comienzo de este poema— siguió diciendo—acaece en los tiempos prehistóricos. Un hermoso día del mes de mayo, una muchacha llamada Vera recibe por correo una carta con dos palomas arrullándose. Aquí las tienen ustedes, señoras y señores. La carta contiene una pomposa declaración de amor, escrita en abierta rebeldía contra toda regla ortográfica, y que empieza con las frases siguientes: "¡Oh, bella rubia! Proceloso mar de llamas agita mi corazón. Tu mirada, como una serpiente venenosa, emponzoña mi alma atormentada", etc., etc. Firma modestamente: "Un pobre telegrafista con sentimientos de caballero, que no se atreve a firmar con su nombre; demasiado modesto, y se limita a poner sus inicia-