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atrevo a enviar a usted, con la expresión de mis más humildes sentimientos, ese modesto objeto." ¡Ah, el de siempre!—se dijo con disgusto Vera. Sin embargo, continuó leyendo.

"Nunca me hubiera permitido enviar a usted ur regalo escogido por mí, para lo que no tengo derecho, ni gusto, ni—lo confieso francamente—dinero. Además, creo que en el mundo entero no se puede encontrar un tesoro digno de usted.

Pero ese brazalete pertenecía a mi abuela, y la última mujer que lo usó fué mi difunta madre.

En medio, entre las piedras gruesas, verá uste?

una verde. Es un rubí de una especie muy rara, un rubí verde, y, según una leyenda familiar, tiene la facultad de dotar a las mujeres que lo llevan del don de la previsión y de disipar sus ideas negras, así como de preservar a los hombres de la muerte violenta.

Todas las piedras han sido cuidadosa y exactamente transportadas a ese brazalete de otro antiguo de plata, y puede usted estar segura de que nadie lo ha llevado nunca.

Puede usted, si quiere, tirar ese juguete, que le parecerá quizá absurdo, o regalárselo a cualquiera; yo, de todos modos, seré feliz al pensar que sus manos de usted lo han tocado.

Le ruego a usted que no se enfade conmigo.

Aun me avergüenzo al recordar que hace siete años, cuando usted era todavía soltera, tuve la osadía de escribirle cartas estúpidas, y hasta de