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muy malo—rió Ana—. Ha olvidado completamente a su ahijada. Le hace usted la corte a todas las mujeres, viejo Don Juan; pero nosotras no existimos para usted...

El general, la majestuosa cabeza descubierta, les besó la mano a ambas hermanas; después les besó las mejillas, luego las manos otra vez.

—Pequeñas, oíd... no me riñáis...—dijo, haciendo una pausa a cada palabra, y respirando pesadamente. Palabra de honor, esos miserables doctores... han estado todo el verano curándome al reuma con... porquerías... y no me han dejado...

Yo era su prisionero... Mi primera visita ha sido para vosotras... Bueno, ¿qué tal?... Tú, Verita, pareces completamente una lady... como tu pobre madre... Siempre estoy esperando que me llames para bautizar a tu hijo.

—Temo, abuelito, que eso no ocurra nunca.

—No pierdas la esperanza... Ruégale a Dios....

Y tú, Anita, no has cambiado nada. Tendrás sesenta años y saltarás como una cigarra. Pero dejadme presentaros a los señores oficiales.

—¡Hace mucho tiempo que tuve el honor de ser presentado! — dijo el coronel Ponomarev saludando.

—Yo fuí presentado a la princesa en Petrogrado manifestó a su vez el teniente.

—Entonces, tengo el gusto, Ana, de presentarte al señor Baitinsky. un gran bailarín y una mala cabeza, pero un bravo oficial... Tenga la bondad, Bajtinsky, de coger del coche ese objeto...