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colorido, resaltaba un dibujo de oro viejo, de una finura y una belleza notables, obra, a todas luces, de un artista de primer orden. Las hojas del "carnet", enganchado a una cadenita de oro fina como un hilo, eran tabletas de marfil.

—¡Qué preciosidad! ¡Es una verdadera obra de arte!—exclamó Vera abrazando a su hermana—. Gracias, querida. ¿Dónde lo has encontrado?

—En un almacén de antigüedades. Ya sabes lo que me gusta escudriñar las cosas viejas. He tenido la suerte de tropezar con este "carnet"... Mira la cadenita... Es una verdadera cadena de Venecia, muy antigua además.

—Sí, se ve que es muy antigua. ¿Qué tiempo tendrá este "carnet"?

—Yo creo que su antigüedad debe de remontarse a fines del siglo diez y siete o principios del diez y ocho.

—Es curioso, ¿verdad?—dijo Vera pensativa—. Tengo ahora en la mano un objeto que acaso haya pertenecido a la marquesa de Pompadour o a la propia María Antonieta... Pero vamos a ver lo que ocurre por casa.

Atravesaron una amplia terraza de piedra, cubierta de espesos parrales, al través de cuyas hojas la luz adquiría un matiz verdoso que hizo palidecer levemente la cara de las dos mujeres.

—¿Harás servir aquí la comida?—preguntó Ana.

—Eso había pensado; pero he reflexionado luego; las noches refrescan ahora mucho. Es mejor

El brazalete
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