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te independiente y altiva cree que la costumbre de vivir como parásito y de comer el pan ajeno mata en el hombre el amor propio. Es un error.

En mi vida he sido tan sensible a las palabras en que veía alusiones a mi condición miserable. En mi alma sangraba una terrible herida, y cada nuevo insulto era para mí como el contacto de un hierro candente.

Pero cuanto más. tiempo pasaba, con menɔs fuerzas me sentía para poner término a situación tan humillante. Siempre he sido débil de carácter, tímido, indeciso. La vida en casa del conde paralizó completamente mi voluntad, anuló mi escasa energía. A veces, por la noche, pasando revista, en la cama, a todas las humillaciones del día, me ahogaba de ira y me decía: "¡Mañana pondré fin a todo esto! Mañana me iré, después de decirle ai conde la verdad. Más vale vivir hambriento, tener frío y sufrir todas las privaciones, que continuar esta innoble existencia." Pues bien: llegaba el día siguiente y no quedaba nada de mi decisión de la víspera. De nuevo miraba al conde con una sonrisa baja y ruin; de nuevo no me atrevía, durante la comida, a poner las manos sobre la mesa:

de nuevo me sentía ridículo y torpe. Cuando me decidía a recordarle su promesa de buscarme un empleo, el conde me contestaba con tono señoril:

—¿Qué prisa tiene usted, querido? ¿No está usted bien en mi casa? Viva usted aquí por ahora; después, ya veremos.

Y yo callaba.