Página:El brazalete de rubíes - Kuprin (1920).pdf/165

Esta página ha sido corregida

EL PAN AJENO


—Acusado: con arreglo a la ley, tiene usted la palabra—dijo el presidente del tribunal, con tono indiferente, entornados los ojos por el cansancio ¿Qué puede usted decir para justificar o explicar su crimen?

El acusado se estremeció y se asió de un modo nervioso a la baranda que separaba del público el banquillo.

Era un hombrecillo delgado, de movimientos tímidos y ojos medrosos. Sus cabellos ralos, muy rubios, y sus cejas, casi blancas, le daban a su rostro un aspecto enfermizo y anémico.

Se le acusaba de que, viviendo en casa de su pariente lejano el conde Vencepolski, había prendido intencionadamente fuego, la noche del 23 al 24 de enero, lo que había originado un incendio. Los forenses declararon que estaba en plena posesión de sus facultades mentales. Sólo observaron en él cierta excitabilidad y una sensibilidad exagerada, unidas a una atonía general del sistema nervioso y a una marcada predisposición al llanto, nada, de lo cual impidió que se le declarase responsable de sus actos.

Hasta aquel momento, el acusado se había mos-