Página:El brazalete de rubíes - Kuprin (1920).pdf/159

Esta página no ha sido corregida
159
 

eran más adecuados para tenderse que para sentarse. El aire estaba impregnado de exquisitos perfumes; olía a polvos de arroz y a mujer. Aquel olor ya lo había advertido Sumilov en el coche, junto a la señorita Ducroix.

La artista no tardó en salir, envuelta en un amplio y blanco peinador bordado en oro.

Reparando en la doncella, que, sin hacer ruid:), preparaba en una mesita de mármol el te, díjole:

—Puede usted acostarse, no la necesito.

La doncella, una camarera fea y hábil como unamona, salió, después de mirar rápidamente a SuImilov con una mirada astuta e irónica.

La señorita Ducroix se sentó, a la oriental, en un canapé turco muy bajo y muy ancho, cubriéndose las piernas con los pliegues de su bata blanca, y con gesto imperioso le indicó a Sumilov un sitio junto a ella.

El joven obedeció.

—¡Más cerca, más cerca!—ordenó ella—. Más cerca aún... Así.. Y ahora vamos a charlar un poco, señor Alexis. Ante todo, ¿dónde ha aprendido usted el francés? Habla usted como un mar qués.

El le contó que había tenido desde su más tierna infancia ayos franceses, y que casi no se hablaba otro idioma en su casa.

—Entonces, usted pertenece a una familia rica ?—exclamó la señorita Ducroix.

—No; hace unos cinco años que estamos arruinados.