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Porque... porque... Sencillamente porque mis recursos..., ya lo sabes...

—¡Bueno, bueno! ¡Enterado!—interrumpió Biber, arrastrando a su compañero—. ¡Vamos!

A la puerta estaban ya los "troika". Los caballos relinchaban en la obscuridad y sacudían la cabeza, haciendo sonar los cascabeles. Los estudiantes se acomodaron en los trineos, turbando con su algarabía el silencio de la noche invernal.

Sumilov se sentó al lado de Biber. Seguía todavía bajo la impresión de la música. Mientras los trineos recorrían las calles desiertas, se entregaba a una ilusión extraña. El silbido del viento, el ruido de la nieve bajo los trineos, los gritos de los estudiantes y el continuo tintineo de los cascabeles sonaban en su oído mezclados en una melodía encantadora. A veces se abstraía hasta el punto de no recordar dónde se hallaba y adónde iba.

IV

La cena, a cuyo comienzo se encontraban todos, incluso la señorita Ducroix, un poco cohibidos, acabó por ofrecer un aspecto ruidoso y alegre de orgía. Los estudiantes besaban las manos de la célebre cantatriz y le echaban, en un detestable francés, flores muy atrevidas. La presencia de una mujer bella y muy descotada los emborrachaba harto más que el "champagne". En sus ojos brillaba un apetito erótico que ni siquiera trata-