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Zoya nos contaba cómo había pasado la noche.

En la iglesia universitaria, donde había oído misa, se apiñaba una multitud enorme; pero ella, sin embargo, había tenido la suerte de encontrar ur buen sitio. Habían cantado muy bien. Los estudiantes habían recitado en alta voz el Evangelio.

—Y figúrense, lo han recitado en todas las lenguas que existen en el mundo: en francés, en alemán, en griego, ¡hasta en árabe! Luego, cuando los curas han comenzado a bendecir las tortas de Pascuas en el patio de la iglesia, se ha movido un gran trastorno y ha habido unas cuantas pendencias.

Zoya se quedó pensativa, lanzó un hondo suspiro y empezó a recordar la Semana Santa en su aldea.

—Cogíamos en el campo unas flores azules muy lindas... Son las primeras flores que aperecen 80bre la tierra pasado el invierno... Con esas flores fabricábamos el tinte para colorear los huevos.

¡Dios mío, lo que nos divertíamos!

Nuestra vecina continuó, tras un corto silencio:

—Y para poner los huevos amarillos, los envolvíamos en pellejos de cebolla y los echábamos en agua hirviendo. También los coloreábamos echando en el agua retalitos de colores. Después, durante toda la semana, se chocaban los huevos unos contra otros (1). Una vez, un muchacho (1) Durante la fiesta de Pascuas, los niños y con frecuencia las personas mayores, se dedican a ese deporte especial dos jugadores chocan huevos cocidos, uno contra otro; el huevo que se rompe se considera propiedad del jugador cuyo huevo queda intacto después del choque.