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ante el espejo y trataba obstinadamente de alisarse un poco con los dedos los rebeldes cabellos.

Vestía una levita que debía de haber adquirido un gran conocimiento del mundo en su larga existencia, y lucía una corbata blanca anudada a un cuello viejísimo.

Me dijo que también acababa de recibir la invitación de Zoya.

Nos dirigimos juntos a su cuarto.

Nos recibió en la puerta, excusándose y poniéndose colorada.

Tenía una cara muy vulgar, la cara típica de una ramera rusa: labios gruesos, delatores de una voluntad débil; nariz apatatada, ojos grises casi sin cejas. Pero nos acogió con una sonrisa confusa, muy natural y dulce, una verdadera sonrisa de mujer, y su cara, por un instante, se tornó encantadora.

Ante la mesa estaban ya sentados el viejo jugador y el alemán Karl. De modo que todos los huéspedes de "La Bahía de Dnieper", excepto del estudiante gordo, nos encontramos allí.

La habitación era también la habitación típica de una prostituta: bomboneras vacías sobre la cómoda, etiquetas de fábricas de chocolate pegadas a las paredes, fotografías descoloridas de jóvenes imberbes de pelo rizado, de actores pretenciosos, de subtenientes con el sable desnudo y e!

rostro amenazador. Sobre el enorme lecho se alzaba una montaña de almohadas con fundas de tul. Bajo el espejo había polveras y tenacillas.