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mi pureza perdida, de mi infancia blanca y luminosa.

Al volver a mi habitación en la fonda me encontré en la escalera con Vaska, el mozuelo travieso de nariz respingada, sirviente de la casa.

Cambiamos un beso (1). Enseñando al sonreír no sólo los dientes, sino también las encías, Vaska me dijo:

—La señorita del número cinco le ruega a usted que pase a su cuarto.

Yo experimenté cierto asombro; no tenía el honor de tratar a aquella "señorita".

—Le ha escrito a usted cuatro letras continuó Vaska; las encontrará usted en su cuarto, encima de la mesa.

En efecto, encontré en mi cuarto un pedacito de papel, probablemente arrancado de un "carnet"y bajo la palabra impresa "entradas" leí la misiva siguiente:

"Muy distinguido número 8: Si nada se lo impide a usted y no le desagrada, tenga la bondad de venir a mi cuarto para comer la sagrada torta de Pascuas, Su vecina, Zoya Kramarenkova." Llamé a la puerta del ingeniero para pedirle consejo en situación tan delicada. Estaba de pie (1) En Rusia, durante la fiesta de Pascuas, todos sin excepción, señores y campesinos, amos y criados, hasta los jefes de prisión y los prisioneros, cambian besos diciendo: "Cristo ha resueitado."