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dico, tinta, sobres, papel, y a eso se reducía todo.

Había en la fonda nueve habitaciones; las tres libres solían ocuparlas de noche parejas amorosas. A nosotros no nos importaba. Estábamos acostumbrados a todo.

II

La primavera meridional, muy efímera, había llegado. El hielo que cubría el Dnieper durante el invierno se había fundido; el río sin trabas parecía un mar y había inundado todas las llanuras de la margen izquierda.

Las noches eran muy obscuras y calurosas. De cuando en cuando caían breves pero copiosas lluvias. La naturaleza renacía con una rapidez milagrosa; los árboles que al anochecer no tenían sino botones, amanecían cubiertos de hojas verdes y tiernas.

No tardaron en llegar las Pascuas con su hermosa y alegre noche. Yo no estaba invitado a pasarla en ninguna parte, y vagué a través de la ciudad, visité las iglesias, me distraje con el epectáculo de las procesiones religiosas, la iluminación de las calles, los suaves rostros de mujere y niños, alumbrados por el resplandor de las velas. Resonaban solemnemente las campanas y se oían cánticos religiosos. Todo aquello me conmovía hasta hacerme llorar, me oprimía dulcemente el corazón, evocaba en mí los recuerdos de