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una estrella, sobre los pozos artesianos. Cuando tenía dinero, lo colocaba entre las hojas de algunos libros que guardaba en su armario, y luego era para él una grata sorpresa encontrarlo. A veces me decía, pronunciando nasalmente las erres:

—Queguido amigo, tenga usted la bondad de cogeg del agmaguio el cuagto tomo de Eliseo Gueclu... Entgue las páginas 200 y 300 deben estag los cinco gublos que le debo a usted.

Era completamente calvo y llevaba cortada en forma de abanico la larga barba blanca.

La habitación número 8 la ocupaba yo. La nabitación número 7, un estudiante grueso y lan:piño, siempre irreprochable, que llegó con el tiempo a ser un abogado de gran reputación. La habitación número ó estaba habitada por el alemán Karl, un buen hombre, gordo, que ingería cerveza en cantidades inverosímiles. En fin, la habitacion número 5 la habitaba una prostituta llamada Zoya, a quien la patrona estimaba más que a los otros huéspedes. Había hartas razones para ello; por de pronto, pagaba más que nosotros; además pagaba adelantado, y, en fin, no hacía nunca ruido.

Sólo raras veces llevaba hombres a su cuarto, y siempre eran hombres serios, respetables, maduros, enemigos de los escándalos. La mayoría de las noches las pasaba fuera. El carácter de las relaciones entre los huéspedes era un poco extraño:

nos conocíamos y no nos conocíamos. Nos prestábamos de cuando en cuando unos a otros un poco de te, una aguja, agua caliente, un perió-