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Parece que estás un poco enamorada de tir pintor.

—Qué cosas tienes!—dijo riendo Ana.

Después, acercándose al borde del precipicio, que descendía al mar en una pendiente casi vertical, miró abajo. Lanzando un grito de terror, dió apresuradamente algunos pasos hacia atrás, palidísima.

¡Dios mío, qué altura!—dijo con voz débil y trémula. Siempre que miro abajo desde una gran altura, siento una especie de cosquilleo dulce y desagradable al mismo tiempo en el pecho..., ysin embargo, me gusta mirar...

Quiso asomarse de nuevo; pero su hermana no se lo permitió.

Querida Ana, no hagas tonterías! Me da vértigo sólo de verte acercarte al precipicio. Siéntate, te lo ruego.

—Bueno, bueno. Cálmate. Ya estoy sentada.

Mira qué hermoso espectáculo... No me cansaría nunca de admirarlo. ¡Qué agradecida estoy a Dios Todopoderoso de que haya creado para nosotros todas estas maravillas!

Ambas se quedaron pensativas unos instantes.

A sus pies, muy honda, se extendía la tranquila inmensidad del mar. Desde el banco no se veía la playa, lo que acentuaba la impresión de espacio infinito y majestad. El agua, serena, acariciante, era de un azul alegre, más claro en ciertos lugares de la costa y más obscuro en el horizonte.

Lanchas de pesca tan pequeñas que apenas se