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precipitadas. ¡Había que vivir! Nadie le hubiera dado de comer ni le hubiera comprado unas botas sólo por su talento. Y las necesidades implacables de la vida le obligaban a aprovechar el primer asunto que se le ocurría para escribir algo y ganar algunos rublos. Con frecuencia empezaba a escribir sin saber aún cómo acabaría su novela. Escribía en una esquina de la mesa de redacción, sobre un montón de periódicos, en me dio de la algarabía de los redactores, oyendo sonar a cada instante el timbre del teléfono. Y, a pesar del febril apresuramiento con que trabajaba, se encontraban a veces en sus escritos magníficos relámpagos de talento, admirables imágenes, descripciones maravillosas.

Ya sé que hay escritores que pueden soportar una vida así durante años y años; pero Paskevich era como esas espléndidas flores exóticas, demasiado delicadas, que se marchitan si les faltan la luz y el calor. Para estimular su energía, recurría a excitantes, como el vino y la morfina..

Año y medio después de su primer cuento, no podía ya su cerebro cansado concebir ni un asunto.

Pero, sin embargo, había que vivir. Se había casado, de la manera estúpida que suelen hacerlo los hombres de talento desequilibrados e incapaces para la vida práctica... Una modista de la vecindad, un encuentro en la escalera mal alumbrada, una breve novela, la hipertrofia del honor, los remordimientos de conciencia, los sentimientos caballerescos... y cátate al pobre infeliz con.