Página:El brazalete de rubíes - Kuprin (1920).pdf/135

Esta página no ha sido corregida
135
 

acabase de robar algo por primera vez... A propósito, diga usted: ¿por qué experimentaré yo siempre, como muchos otros escritores, ese sentimiento extraño de turbación al cobrar mis trabajos? ¿Será porque los rusos no hemos llega lɔ todavía al grado de madurez preciso para considerar la literatura una cosa seria? ¿O será quizá porque no nos creemos dignos de cultivarla y dudamos de nuestras fuerzas?

—Recuerdo muy bien—continuó tras un corto silencio, Vasiutin—las primeras palabras de Paskevich. ¡Había en ellas un fuego, una originalldad audaz!... ¡Con qué cariño, con qué paciencia las escribía! Las trabajaba como un joyero trabaja una piedra preciosa; y, a pesar de eso, eran tan elegantes, tan encantadoras, que el lector hubiera jurado que habían sido escritas de un tirón.

El éxito le emborrachó, y decidió consagra" todas sus fuerzas y toda su vida a las letras.

El charco en que nos agitamos se le antojaba un templo. Un tropel de plagiarios sin talento alguno, que habían escogido el oficio literario por ser incapaces de hacer otra cosa, dada su absoluta carencia de energía, de ingenio y de cultura, esos señores que hacen de las letras la más baja faena, vendiendo sus plumas a los hosteleros y a las cantantes, se le antojaban héroes, defensores de la justicia.

Detestaba el reportaje y todo otro trabajo pe riodístico por el estilo. Sólo quería escribir novelas. Pero sus obras no tardaron en pecar de