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que pasaría si se enganchase a un carro cargado de piedras un buen caballo árabe? El noble bruto agotaría sus fuerzas, se rompería la espina dorsal y el pecho, se quebraría las piernas y acabaría por convertirse en un jamelgo miserable y enfermo. Entonces le dejarían en medio del campo, para que se muriese, y natural, se moriría.

Los bueyes dóciles y laboriosos seguirían rumiando heno, arrastrando pesados carros y recibiendo palos con indiferencia." Tras una corta pausa, continuó:

—Y sabe usted cómo acabaría el discurso ?

Les diría: "Señores, Paskevich tenía mucho más talento que todos vosotros. Era una naturaleza selecta, fina, delicada, entusiasta. Y aunque, al fin de su vida, perdió toda capacidad de trabajo; aunque ha muerto de una enfermedad muy larga, en un sucio lecho de hospital; aunque nadie llora su muerte, era más feliz que todos nosotros." —¿Le trataba usted?

¡Ya lo creo! Precisamente, estaba yo en la redacción cuando llegó, hace ya muchos años, su primer cuento. El pobre se ruborizaba como una muchacha, y apenas se atrevía a pronunciar algunas palabras. Había en su rostro y en su voz algo temeroso, como si hubiera cometido algún crimen, o más bien, algún acto infantil, poco serio, que pudiera excitar la risa de los dioses del Olimpo literario que nosotros éramos entonces para él. Cuando cobró sus primeros honorarios periodísticos, estaba tan turbado como si