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Dejadme en paz y volveos a vuestra casa.

¿Para qué representar esta miserable comedia?

—¿Pronunciará usted un discurso sobre la tun—ba? le pregunté a Vasiutin, redactor de un dia rio local, que iba en el coche junto a mí.

Era un hombrecillo de aspecto muy severo, casi siniestro, pero que, en realidad, tenía un co razón de oro. Me había sido siempre muy simpático.

Hizo una mueca nerviosa.

No, no hablaré!

—¿Por qué, hombre ?

El periodista, con gesto de enojo y voz alterada, se expresó así:

—Que por qué? Porque, aunque yo no hableno faltarán oradores. ¡Que se vayan todos al diablo! ¡Tartufos malditos! ¡Hipócritas! Sé de antemano todas las tonterías que dirán con aire grave de pontífices. "El estandarte sagrado del arte", "el fuego inextinguible que arde en el alter de la poesía", "el honrado obrero de la cultura"etcétera, etc. ¡No, no, eso me repugna! Si yo tomase la palabra, les diría cuatro verdades...

—¿Qué les diría usted, Antón Zajarievich ?

—Mire usted lo que les diría: "Nosotros, los literatos, arrastramos nuestro famoso carro del progreso, Es verdad, y no hay por qué asombrarse. Los bueyes y los asnos arrastran también sus carros, porque son dóciles y sufridos y están seguros de que su trabajo les conquistará un poco de heno. ¿Pero saben ustedes, señores, lo