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por los bailes, por las impresiones fuertes, por los espectáculos extravagantes; en el extranjero frecuentaba las tabernas de mala fama; pero al mismo tiempo era muy generosa, muy creyente, y hasta se había convertido secretamente al catolicismo. De hombros y pecho esculturales, se descotaba, para ir a los bailes, harto más de lo que la moda y las conveniencias le permitían. Por el contrario, su hermana Vera era sencilla y severa, fría y altivamente amable con todo el mundo, celosa de su independencia y regiamente serena.

III

—¡ Dios mío, qué bien se está aquí! ¡Esto es delicioso!—decía Ana, marchando junto a Veracon paso rápido y menudo, por la senda—. ¿Quieres que nos sentemos un poco en el banco, al borde del precipicio? Hace mucho tiempo que no he visto el mar. Este aire es un encanto, da gusto respirarlo. En Crimea, el año pasado hice un descubrimiento admirable: ¿sabes a qué huele el agua del mar durante la marea ? ¡A reseda!

Vera sonrió con cariño:

—¡Tienes unas fantasías!...

¡No, no! Recuerdo que se burlaron de mí cuando afirmé una noche que en la luz de la luna hay un ligero matiz rosa. Y, sin embargo, el pintor Boritsky—que está haciendo ahora mi retrato—dice que tengo razón, y que los pintores lo sabían hacía mucho tiempo.