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puerta y les servirás como el último de los esclavos. Tu casa será su casa; tu oro, su oro; tu trabajo, su reposo. Y si cumples al pie de la letra estos mandatos, llegará un día en que Allah olv dará tus crímenes y te perdonará la sangre de tus víctimas inocentes.

Pero Demir—Kaia preguntó:

—¿Y cómo podré saber que Allah ha perdonado mis crímenes?

Y el ángel contestó:

—Coge de la hoguera que se está apagando junto a ti una astilla medio quemada y cubierta de ceniza, plántala, y cuando la madera muerta se vista de corteza y empiece a florecer, será señal de que la hora del perdón ha sonado para ti.

Pasaron veinte años. Por todo el país del sultán se hablaba con admiración del albergue situado en la encrucijada de los siete caminos. entre Dehdda y Esmirna. Los mendigos salína de él siempre con la bolsa llena de dinero; los hambrientos, alimentados; los que padecían cansancio, reposados; curados, los heridos.

Por espacio de veinte años, de veinte largos años, Demir—Kaia, todas las noches, había mirado la astilla quemada plantada por él en el patio.

Pero siempre le había encontrado negra, seca y muerta. Los ojos de águila de Demir—Kaia se habían ido apagando; su cuerpo fornido, encorvandose; sus cabellos, tornándose blancos como las alas de un ángel.

EL BRAZALETE NES—21